Los ailurofílicos

Las crías nacen en las grietas de las rocas, en las madrigueras abandonadas, en los huecos de los árboles. La gestación dura sesenta días y la hembra pare una camada anual, uno a ocho cachorros, normalmente cuatro. Las crías, al nacer, pesan 200 gramos y no abren los ojos. Hasta diez o doce días después no los abren. A los cuatro meses se atreven a alejarse, pero continúan cazando con su madre. La madurez sexual les llega a los diez meses. ¿Cuándo naciste? Una noche de noviembre pensé que lloraba el bebé de la vecina, pero era ella, revolcándose por el pasillo con la cola en alto, frotándose sin descanso contra mí. El descampado de después del incendio cerca del pozo de la nieve, el color negro, el suelo quemado y unos ojos amarillos que se habían acercado al límite de lo conocido y maullaban. Tan flaca, las ramas secas de después del verano no se troncharon con su peso. ¿Qué hacías allí tan sola? Seguro que me lo has contado, seguro que lo he entendido. Que fue por San Sebastián, cuando más frío. Permaneciste con los ojos cerrados más días de lo habitual, soñando. Yo caminaba dolorida hasta un parque lejos de mi casa, había pintadas con tizas de colores en el suelo con mensajes de amor. Días nublados y ventosos. Mi corazón pesaba pero el frío me servía de consuelo. Las crines de los caballos y sus cuellos largos que contienen la belleza sometida de este mundo,  mirando abajo. Tú tenías ya un fulgor en la punta de la cola. Cuando abriste los ojos lentamente, a tu alrededor estaba todo helado, y brillaba.

Esas cuatro líneas negras en la frente que te recorren la espalda, los círculos a lo largo, la barriga cálida más clara, las carreras al anochecer, tus acechos. Gata salvaje que vive en los bosques más vírgenes, que camina sobre la nieve. Descubro tu genealogía, las formas de tus antepasados: sus rayas, sus lunares, sus vibrisas, su tamaño, cómo se llaman: aitanis, proailurus, pseudaelurus, nimrávidos, félidos grandes y pequeños. Que el gato salvaje africano se separó del gato montés europeo hace 173.000 años, y del gato salvaje asiático y del gato salvaje del África austral hace 131.000. Que hace unos 10.000 años se domesticó el gato salvaje africano en Chipre. Y de ahí, pasando por Egipto y transportada hasta aquí por romanos o fenicios, cazadora de víboras. Cazadora de ratones que traen enfermedades, que se comen el grano que nos alimenta y nos conducen a la guerra por la escasez. Protectora de nuestras vidas, diosa de pupilas verticales. Gata del desierto con tu pelaje color de desierto, capaz de ver nuestra alma en el crepúsculo. También cortaría un pedazo de mi túnica si durmieras sobre ella. Bastet encapuchada, en pie, agarrando una cesta. Guardamos luto durante sesenta días y nos afeitamos las cejas cuando partes.  Para que tu ka sobreviva en el viaje al otro mundo y nos volvamos a reunir, en el acantilado del límite del desierto de Saqqara, el lugar llamado Las puertas de los gatos, o en la casa de Bastet, al oriente, cerca del delta del río, descansa. Espérame.

Ha comenzado a llover pero no estabas sentada frente a la ventana, frotándote la oreja ni lamiéndote el trasero. Duermes. Los Evangelios de las ruecas, las palabras de esas seis sabias doctoras, no han acertado esta vez. Aunque nos gusta imaginar el sonido de sus palabras llegando desde la Edad Media en Brujas para acariciarnos esta tarde; disertando por turnos sobre las enfermedades y sus remedios, recetas, dichos, prohibiciones. En el siglo XIX los ingleses se llevaron a su país toneladas de momias egipcias de gatos para reducirlas a polvo y hacer abono para sus campos. Obsérvalo, sabrás qué tiempo hará. Hay un texto del siglo XIII con consejos para mujeres que eligen la vida contemplativa, escrito en un inglés muy antiguo, Ancrene Wisse, y nos ilumina: usted no poseerá ninguna bestia, mi querida hermana, excepto un gato.

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